Por Miren Portillo

Me gusta entender el arte como una danza entre la belleza y la verdad, todos somos artistas porque en lo auténtico está la verdad liberadora, y lo verdadero es simple y humanamente bello.

Así lo comprobamos con los queridos “solitos” de la formación Río Abierto. Qué deleite presenciar esas escenas del alma, qué momentos tan sublimes, qué gozo saberse que es un instante irrepetible. Allí los tiempos se pausan y nos sentimos tocadxs, conmovidxs, porque vienen de lugares sensibles que pulsan por “liberar-SER”.  Para mi en ese encuentro de sensibilidades, en ese contacto de una verdad profunda con el mundo, es donde se revela el verdadero arte.

Desde esta mirada vienen también a mi mente imágenes que se suceden en las clases de Rio Abierto; igualmente ahí se manifiesta esa conjunción de verdad-belleza. Cuando se produce ese contacto y una verdad inicia su pálpito adentro. El placer de que el cuerpo la siga, respirarla, entregarme a su suceder, hacerle espacio y poder ser movida por ella. Allí, en esos territorios, es posible que incluso el dolor se transforme en placer. La naturaleza del cuerpo es infinitamente sabia, y sólo en el momento preciso de maduración, esa verdad se dejará caer. El resto es un asunto de presencia; el cómo se va develando momento a momento, sólo requiere de mí, ser amorosamente sostenido, abrazado. De aquellos lares, a veces sombríos, llegan las más hermosas manifestaciones de vida nueva (en la sala de trabajo o en escena).  Tanto cuando bailo como cuando soy testigo de estos momentos como facilitadora, me siento privilegiada y realizada porque esa conjunción me enamora y me nutre a todos los niveles.

He sido testigo durante la formación y también durante mi observación, así como en otros espacios de danza e improvisación, de movimiento auténtico, de clown…  y siempre he reflexionado sobre el valor de estos momentos. Nada que haya visto en un teatro me ha tocado de la misma manera que algunos de estos solitos.

Hubo un tiempo durante mi formación y más adelante, que me animé a llevar mis pequeñas creaciones al mundo, mis pequeños solitos. Había participado en algunos proyectos en el mundo de la danza contemporánea, pero había algo de vacío en ello. Estaba el gusto por la destreza, el desarrollo de habilidades de movimiento o el manejo de mi cuerpo en el espacio, pero adentro mío pulsaba algo que deseaba ser mostrado… Me parecía que podía acercarse más a la performance desde la improvisación, como una acción artística o arte ritual. En algunas de aquellas muestras se hizo la magia, fueron sanadoras, pura medicina para mi corazón. Estaba mostrando al mundo una transformación en forma de metáfora, que sabemos que para el inconsciente opera como realidad. Algo parecido a un acto psicomágico de los que habla Alejandro Jodorowsky, resignificando mi historia y reparando heridas. Cada par de ojos de aquellos testigos amplificaban al universo mi conquista. Otras fueron un poco desastre, no me encontraba en contacto, afuera había demasiado ruido, no eran lugares adecuados. Fui aprendiendo, soltando, asumiendo. Recuerdo que mi padre fue a verme a una de esas donde la magia se prendió y salió algo verdaderamente hermoso. El lugar tenía todo el encanto; en las escaleras de la puerta lateral de la catedral de Pamplona/Iruñea. Yo sentía escalofríos y presencia plena, podía respirar lo sagrado, con una sensación sentida de una presencia energética que fluía a través de todo y todxs. Y mi padre me dio un abrazo con su mirada de agua, y yo le dediqué mi búsqueda.

Después de un tiempo de escribir este artículo, estamos viviendo un tiempo muy especial, quinta semana de retiro por la pandemia mundial, y no quiero dejar de compartir una reflexión en relación a este tema de lo bello y lo verdadero. Siento mucho agradecimiento y estoy dando más que nunca un valor infinito al lugar en el que vivo. Por poder ser testigo de esta primavera que explosiona sigilosa, contemplar las olas en las laderas de trigo verde, los cerezos floreciendo en silencio, los cielos con sus nubes tan cambiantes como yo… y ahí poder descansar en que no hay división, que la tierra entra y sale de mi cuerpo, como mi cuerpo entra y sale de la tierra. Y desde esa unidad siento la belleza de lo que también soy, mi verdadera naturaleza, que pulsa con todo, y que sólo puede entregarse al orden divino al que pertenece. SOMOS UNO!!.

Miren Portillo Ciriza

Terapeuta Psicocorporal y Transpersonal Sistema Río Abierto (Buenos Aires y Madrid), Colaboradora de Río Abierto España, Terapeuta Colaboradora del Centro Laskurain Pamplona, Formación en Terapia Corporal y Caracterología con Valquiria Martani, Coaching Trasnformacional en Koade, Arteterapia y Gestalt con Elvira Gutierrez, Formación en Expresión Corporal con Kalmar Stockoe, Formada en Danzaterapia (Maria Fux), Investigación en Danza e Improvisación, Máster en Psicomotricidad, Terapeuta Ocupacional.