Hace ya unos años, al acercarse la fecha del primero de noviembre, sentí la necesidad de recordar y honrar la memoria de mis seres querid@s que ya han pasado al otro lado.
Viniendo de familia de inmigrantes, los cementerios familiares quedaban muy lejos, así que se me ocurrió comprar flores y llevarlas al mar en esta fecha, el día de tod@s l@s santos y santas.
Me gusta elegirlas cuidadosamente pensando en cada un@ de mis seres querid@s.
Hace unos años elegí una playa solitaria, encendí mis velas y, con el ramo florido ante mí, pasé un rato conversando con mis abuelos y abuelas, madre, padre, hermano, tíos y tías, primo…. Iban apareciendo recuerdos, escenas entrañables, otras en que necesitaba expresar algo no dicho; me sentía como en una reunión familiar, iba contándoles de mi vida ahora, de mis otros hermanos, mi hija, mi compañero.
Me gustaba acompañar el encuentro llevando té y algo de comer para compartir el momento.
Después fui acercándome a la orilla, tomando una flor para cada un@, expresándoles mi agradecimiento por su vida, por todo lo que entregaron, por su amor, lanzándolas al mar, sintiendo de cerca sus presencias conmigo.
Aquella tarde el mar estaba en calma, contemplé ante mí el jardín de flores flotantes que iba alejándose lentamente hacia la infinitud del horizonte.
De pronto me sentí muy presente, tenía una sensación muy vívida de estar con toda mi familia del otro lado, mirándome con amor.
¡Sentí tan presente el regalo de la vida!, el inmenso agradecimiento, volví a sentirme niña dejando salir mis emociones cantando, danzando para ellas y ellos.
Siento que el mayor regalo que puedo hacerles es ser feliz, con esa alegría que abraza a todas las tristezas (*).
Comenzaba ya a anochecer, al salir de la playa de frente me encontré un corazón de piedra; sentí que era el corazón de mis antepasados y antepasadas. Su presencia me acompaña.
Ahora sé que sus dones, sus anhelos, forman parte de mí, que quienes estamos en la vida somos la punta de la flecha lanzada desde hace eones por la vida y estamos aquí tejiendo hilos, creando nuevas realidades para las nuevas generaciones que vienen. En el espacio tiempo de mi vida hay algo que puedo hacer.
Cada día de vida me siento más cerca de sentir y honrar el Amor que somos, presencia real y viva más allá del tiempo y del espacio.
(*) Esto lo aprendí de Graciela Figueroa, esa alegría de vida puede abrazar todo, todo, todo lo que siento.
Gracias
M. Sol Román Mateos Gutierrez Carrión Otón Mateos Paredes Serrano