A la gratitud que de forma personal tantos de nosotros sentimos hacia el maestro Claudio Naranjo, sumamos la que como institución le rendimos, al deberle el acierto de que invitara a Graciela Figueroa a viajar a España, para colaborar en uno de los SAT, allá por los años 80. De aquella siembra y por un enriquecedor camino, nos constituímos en su momento como escuela Río Abierto España y bajo su dirección.
El fallecimiento de Claudio Naranjo el pasado 12 de julio, en su casa de Berkeley a los 87 años ha dejado a su paso un reguero de gratitud por sus enseñanzas eternas que tocan muy directamente a gran parte de los miembros del equipo de Río Abierto, pioneros en los SAT. De ellos, dejan aquí sus testimonios Armando García Núñez, Alicia Gonzálvez y Marisol Román.
Claudio Naranjo, Maestro, has tenido una influencia crucial en mi vida. (Armando García Núñez)
En mi primer contacto con él, apenas tenía 26 años, acudí con mi madre a la charla sobre la música,que Antonio Asín, mi primer maestro, organizó en el IPETG, lo que allí me encontré merece otro capítulo en el próximo boletín. Desde el primer momento, la música de su voz me tocó en lo profundo, desde entonces siento ese vínculo más allá de las palabras, de lo que puedo explicar, cada vez que la escucho, algo que le habla a mi alma, como un recuerdo lejano y a la vez muy presente. Recuerdo que Claudio nos explicó el concepto de la palabra «persona», que así se llamaba a las máscaras griegas, y que significa «per-il suono» («por el sonido»). Muchas veces en la rueda de los encuentros, cuando alguien se resistía a intervenir, le decía «quiero escuchar cómo suena tu voz».
Lejos estaba de imaginar el lugar tan significativo que ha tenido Claudio en mi vida.
Participé en aquel ya legendario primer SAT en Babia, recién formada como terapeuta. Estaba en ese momento en que, cuanto más aprendía, más me daba cuenta de lo perdida que me había sentido toda mi vida, y la búsqueda de mí misma se iba trenzando con ese lugar de terapeuta que se iba construyendo en mi. Estaba en un momento como de adolescencia interior, necesitaba referencias algo así como «cómo quiero ser cuando sea mayor «. Esto también tenía que ver con el nivel profesional, con encontrar mi propio camino de integración de mis grandes pasiones: el conocimiento del ser humano, el cuerpo, el movimiento, la danza, el misterioso proceso de transformación interior… Cuando conocí a Graciela Figueroa, a la que Claudio invitó dándole un lugar muy especial, sentí que era ella, mi maestra.
Claudio tenía esa capacidad de crear, como en una sinfonía, un espacio en el que lo corporal, lo terapéutico y lo creativo se integraban en la profundidad de su visión de la espiritualidad; lograba integrar lo mejor de las escuelas de crecimiento, de los diversos enfoques del camino espiritual de Oriente y Occidente, en un todo armónico, dejando que sus colaboradores ,tod@s ell@s grandes terapeutas, tomaran plenamente su lugar . Mi sensación era que las 100 personas que formábamos ese gran grupo teníamos total confianza en él a todos los niveles posibles .
Recuerdo que el segundo año lo encontré más joven, me acerqué a saludarlo, y se lo dije, él bromeó con una sonrisa «si ,lleva tiempo rejuvenecer «.
En una ocasión recuerdo que me encargaron llevarle una infusión. Claudio habitaba en la torre ,una magnífica construcción de mármol blanco, algo apartada de todas las demás habitaciones, tímidamente toqué la puerta y él estaba descansando, abrió los ojos un momento y al mirarme dijo «¡lindo cristal!», para mí tenía un significado profundo ya que estaba trabajando la transparencia, como catalizadora de transformación .
Los SAT fueron un periodo muy importante de mi vida, en ellos conocí al que fue mi esposo, José Miguel Doniz. L@s dos estábamos entregad@s en el camino de transformación, fue muy importante para amb@s seguir creciendo junt@s en ese entorno. Al tercer año Guillermo Borja nos sugirió que nos casáramos y pedimos a Claudio si era posible darle espacio a nuestra boda en el tercer SAT y así fue como tuvimos el gran regalo de ser acompañados el día 11 de agosto de 1987 por todo el grupo en una maravillosa ceremonia en que cada uno de los grandes maestros tuvo su lugar; una boda en la que se incluyeron los cuatro elementos. Antonio Asin y María López oficiaron de padrino y madrina; Ignacio Martín Poyo representaba la tierra; Guillermo Borja, maestro de ceremonias, el fuego, vestido de rojo con una casaca que Carolina Garcés le había cosido en esos días; Claudio representó al agua guiándonos como los planetas que giran uno entorno al otro y Graciela, nuestra Graciela, toda vestida de azul turquesa y blanco representó al aire danzando, acompañándonos con un tambor. Uno de los regalos de boda que el grupo nos hizo fue un hermoso sari de seda de 8 metros, de color violeta y fucsia, tan especial para mí que nunca lo utilicé para vestirme. Años más tarde se ha convertido en el manto con el que cada año celebramos la ceremonia de graduación de las promociones de Río Abierto.
Para mí tod@s ell@s están presentes en mi. Este fin de curso, al celebrar el último encuentro de la XIV Promoción de nuestra formación de Río Abierto, sentí que cada uno de esos primeros talleres con Graciela estaba presentes en ese momento, cada persona de aquel legendario SAT estaba en cada un@ de nuestr@s alumn@s.
Gracias, Claudio, por crear un espacio fértil en el que nuestros espejos fueron puliéndose para podernos ver cada vez más y mirarnos los un@s a l@s otr@s, gracias por traer a Graciela a nuestro país, ella traía en sus alas el legado de Río Abierto, y gracias a aquel primer grupo con Carmen Martín,Lidia García,Alicia Gonzalvez y yo, que seguimos a Graciela hasta el infinito y más allá.
Gracias Vida,por permitirme encontrar a mis Maestr@s.
Marisol Román, Bilbao 31 de julio de 2019