Por su naturaleza, lo nuevo es desconocido. Aún cuando una capacidad visionaria y/o científica pudiera haber anticipado la amenaza mundial a la que un virus y su gestión iba a ser capaz de someternos, todo ha estado -y está- dejando ver la cualidad de lo nuevo. Y, con eso y en medio de un miedo también nuevo, todo el vértigo de las posibilidades desconocidas. Y de no saber qué es lo que viene.
De todos los efectos de ser alumna de Graciela Figueroa -que nunca me propondría enunciar en un escrito porque creo que no es posible- traigo aquí un detalle que en este tiempo me viene permeando poquito a poco, y que lo viene cambiando todo; una idea que he escuchado de su boca muchas veces de varias formas, en medio de alguna relajación muy profunda: dejarme descansar con toda la confianza en lo nuevo que viene.
No sabía que lo tuviera tan disponible en la memoria y menos aún la bendición que todo ello guardaba y guarda; quizá ni siquiera había alcanzado a entender lo que eso significaba, hasta ahora. Y me sigo enterando cada día, a cada momento.
(Lo nuevo que viene… y que ya está aquí. Como seguro que ya estaban aquí esas flores rojas que ni sé cómo se llaman y que este tiempo me permite saber inmediatamente que en México se conocen como escobillones rojos y en Uruguay plumerillos, y que en los dos sitios son golosina para los colibrís. Yo las descubrí en el primer paseo permitido, a menos de un kilómetro de casa, después de más de cincuenta días de encierro domiciliario obligatorio).
Para anclar esa confianza, bastaría quizá reconocer y honrar la maravilla de poder trabajar a distancia, algo que tenía muy comprobado en consulta pero que, como tanta gente, jamás me habría planteado para sesiones grupales, en mi caso de Tarot y Movimiento -un descarte fácil de entender cuando mis sesiones vivenciales en Munay Río Abierto, han venido siendo mensuales y con una afluencia muy escasa.
En la primera clase a distancia y sin más convocatoria que a mis alumnas de este curso y una publicación en mi perfil de Facebook (ambas cosas 48 horas antes de la clase) el número de alumnas había pasado de ocho a dieciséis, de muy diversos lugares, incluído Montevideo (Uruguay). Y como si todo ello tuviera vida propia, a partir de ese momento las sesiones tomaron inmediatamente una frecuencia semanal.
Entre aquel primer akelarre virtual -a mí me gusta decir mundial- y el momento de escribir esto, ha pasado menos de un mes, pero me parecen eones dimensionales -tantos recorridos, vivencias y aprendizajes se han ido sucediendo, sólo en las propias sesiones…
Voy a confesar, con un poco de vergüenza, para ilustrar lo que digo que ni siquiera sabía en esa primera clase que había una forma de que la música llegara directamente al dispositivo de cada participante, así que usé mi Ipod y mi megaboom -para mí, tecnología de última generación-, y que fueron los propios participantes los que me fueron dando indicaciones y pistas desde el primer momento, y que gracias a ellos y en función de lo que ha ido surgiendo, en cada encuentro he podido incluir algún recurso nuevo. A la gratitud por su presencia y motivación entusiasta sumo rendida la de todo este aprendizaje. Y debo aceptar, como un ejercicio que me regala este momento, sorpresas inexplicables e inevitables, en forma de inconvenientes técnicos cada semana, como una nueva música de baile siempre imprevisible y que me mantiene despierta.
Pero con todo lo renovador que eso sea, lo realmente nuevo es otra cosa: el descubrimiento de la energía funcionando y formando un círculo tan grande como una sección de la esfera planetaria; la paradoja de que un trabajo concebido para ser presencial despliegue un efecto y una capacidad didáctica y de convocatoria tan potente; la anchura y la fuerza de las posibiidades que se despliegan y que parecen tener vida propia, y sobre todo la vivencia del vértigo una y otra vez, retroalimentando cada nuevo avance.
Lo nuevo que viene, que ahora me lo imagino como derivadas florecientes de todo lo que está, y con repercusiones de trascendencia incalculable con la información de hoy, es sin duda de fiar. Como la vida, que también es de fiar; finita y breve, pero de fiar. Y con una vocación de desplegar posibilidades a futuro irremediablemente desconocidas. (Lo que yo daría por encontrarme con un colibrí…)
Bendita confianza en lo nuevo que viene. Bastaría esta herencia para dar por bueno un trabajo de años con Graciela FIgueroa. También me parece que la estoy escuchando ahora a ella cuando me viene a la memoria la frase «un poquito es mucho». Y sí: un poquito es muchísimo; un poquito de algo puede cambiarlo todo. Gracias. Tantas bendiciones que ahora se actualizan…
Lola Bastos, en Pozuelo de Alarcón (Madrid), a 21 de mayo de 2020