La posibilidad que da el teatro de explorar realidades desconocidas en primera persona es una fuente de crecimiento innegable, especialmente eficaz durante el desarrollo de la persona. Una alumna de la formación Río Abierto en Jerez y profesora de Lengua,  Carmen Hornero Gómez, cuenta la experiencia llevada a cabo un día a la semana con sus alumnos del Instituto de Educación Secundaria Fuerte de Cortadura, en Cádiz. 

-“¡Teatro, teatro, teatro!”- gritan mis alumnos cuando llego a clase los jueves por la mañana, que es el día que hemos elegido para actuar. Al principio pensaba que me lo pedían solo para no dar clases de Lengua en las que les explicaba el sintagma, entre otros conceptos bastante abstractos para ellos, pero, poco a poco, me di cuenta de que mi perspectiva se ampliaba y que, gracias a mi experiencia de grupo en Río Abierto, mi conciencia me permitía ver más allá de unos alumnos. Podía ver a unos niños y a unos adolescentes que se abrían a la vida gracias al teatro.

Allí se reconocían como iguales, se emocionaban con personajes inventados por ellos, que surgían de sus sombras desde su propia polaridad. Había alumnos que, cansados de estar en el lado de “los triunfadores”, necesitaban experimentar el descanso que supone no tener que agradar, satisfacer u obedecer a nadie y elegían para representar a personajes que la sociedad tildaba de “perdedores”: acosadores, ladrones, asesinos, prostitutas, abusadores, etc.

A mí eso me llamaba poderosamente la atención y, tengo que reconocer que, en un primer momento, me inquietó e incluso me produjo cierto sentimiento de culpa. “¡¿Cómo una profesora como yo podía permitir que sus alumnos trasgredieran las normas y se situaran en el lado oscuro?!”- me decía mi jueza interior. No obstante, decidí confiar y aventurarme a investigar hacia dónde me llevaba ese nuevo
camino.

Solo entonces, llegué a ver la liberación que les suponía poder desprenderse de su
personaje y poder investigar desde el otro lado, desde lo que estaba escondido en la sombra, desde sus polaridades. Porque también ocurría lo contrario: alumnos que suspendían todo y eran sancionados a menudo, se pedían representar a personajes socialmente reconocidos: alumnos obedientes, estudiosos, exitosos y aceptados por los adultos, con un comportamiento intachable.

Cuando actúan, mis alumnos se iluminan. Me dicen: “No, Carmen, no queremos que tú nos des el guion de lo que tenemos que representar. Queremos crearlo nosotros. Por favor, confía. Todo va a salir bien”. En ese momento, me di cuenta de que, si no confiaba en ellos y no me arriesgaba permitiéndoles desplegar su creatividad, no merecía la pena todo el trabajo que estaba realizando con ellos y no estaba siendo coherente conmigo misma.

Todo esto me ha hecho comprender que, gracias a Río Abierto, cada día confío más en mí y me amo más y que eso me permite confiar en mis alumnos y tener una mirada más amorosa hacia ellos. Gracias a mis maestras del alma, Charo e Inma Fernández, a todos los profesores de Río Abierto y a mis compañeros del grupo, que han confiado en mí y que me han permitido que yo pueda trasmitir esa confianza a mis queridos alumnos. Ahora ya siento que estoy cuidando mi cuerpo y escuchando a mi corazón y que, por fin, comienzo a desplegar mi SER.