Considerar si fue por el amor generado, o si fue el descubrimiento del idioma común más allá de fronteras y lenguajes, o por la alegría anclada para siempre en las células, o si por los aprendizajes y las sanaciones, es una cuestión siempre opinable.
Lo que en esta casa sabemos con seguridad es que este otoño de 2016 será para siempre el del X Congreso Internacional de Río Abierto en Madrid. Para siempre el emblemático Círculo de Bellas Artes se ha quedado señalado, como también ha pasado con El Escorial, acrecentado en nuestro sentir -y quien sabe si también en toda su naturaleza- con una magia irreductible.
Por más imaginación y optimismo que hubiéramos querido imprimir a este evento -celebración además de nuestro 50 cumpleaños por obra y gracia de María Adela Palcos en Buenos Aires allá por 1966- las expectativas se habrían rebasado en todo caso. Un total próximo a 400 participantes es un dato elocuente, como lo es la variedad temática de los 40 talleres ofrecidos, o el unísono de algunas danzas recogidas en fotos que ya iremos publicando. Pero lo realmente significativo es lo que continúa desplegándose en cada quién, por separado y en los vínculos generados.
Durante cinco días inolvidables, más de 250 instructores llegados de 16 países tan ricos en cultura y raíces propias como dispares entre sí, nos pusimos delante unos de otros y pudimos ensanchar la comprensión de quienes somos y por dónde podemos acercarnos a nuestro verdadero ser.
El juego y la creatividad desde las improvisaciones, monólogos y propuestas de activación mediante la danza y el movimiento, y los masajes, las puestas en común del trabajo que en cada lugar del mundo se está llevando a cabo con el sello de Rio Abierto, entre otras actividades, configuraron un trabajo que tocó en todos en todos los niveles, en línea con el lema que nos asiste: «cuidar el cuerpo, escuchar el corazón, desplegar el ser».
Y, cuando parecía que no podían ensancharse más las posibilidades de trabajo y de desarrollo por un camino tan grato y de tanta alegría, llegaron los días del Círculo de Bellas Artes, abriendo el evento a todo aquél que quisiera conocernos, a través de tantas propuestas y talleres que todo pasó como un torbellino. Pero el impacto surgido no tiene marcha atrás y no deja de sentirse su efecto en todos los sentidos.
La sola oportunidad de participar en un taller junto a la fundadora y presidenta, la argentina María Adela Palcos, o junto a la directora en España, la terapeuta y artista uruguaya Graciela Figueroa, fue tirón de sobra para que otras 150 personas se sumaran a un evento que dejó una estela sin marcha atrás: el descubrimiento de la danza como algo orgánico y natural, o el impacto de sentirse parte de un gigantesco círculo o de reconocer la alegría como una maestra profundamente identificada con la conciencia esencial es una revolución irreductible y una inflexión en la trayectoria del propio desarrollo personal.
Los que hemos hecho la formación como coordinadores de movimiento y terapeutas psicocorporales y pudimos vivir el privilegio de asistir a la totalidad de la propuesta en sus dos facetas, una tan pegada a la naturaleza de El Escorial, y otra tan pegada al kilómetro cero de una ciudad como Madrid, creímos sentir en un primer momento dos congresos separados, tan grande fue el salto entre ambas, pero sin duda aquellos diez días de octubre se desvelaron como un todo inseparable, sinérgico, enriquecedor y prodigiosamente unificador.
La aventura del Escorial, en régimen residencial en las instalaciones del camping resort en plena naturaleza, abrió fuego a una fiesta tan fecunda que no deja de florecer. Allí compartimos tal intensidad en la alegría y en los intercambios que desde las primeras horas de comenzar la actividad, todo parecía estar bendecido desde una altura desconocida.
Desde la complicidad que da reconocerse en el código común de los aprendizajes de la formación, todo se volvió vehículo de confianza recíproca. Tanto así que el tiempo de descanso, ciertamente escaso, fue una pura prolongación de las sesiones programadas. Estiramientos y meditaciones para el despertar antes del desayuno abrían cada jornada, que venía a cerrarse con exhibiciones, monólogos, coreografías, cuentacuentos, espectáculos colectivos…
La aventura de cada día era propulsada por los talleres y resultaba jalonada por todo tipo de sorpresas y situaciones sobrevenidas, como la apoteósica e improvisada celebración del Yom Kipur, una festividad judía que coincidió en la fecha y para la que entramos sin condiciones en unas danzas de paz propuestas por la delegación de Israel y que nos dejaron tocados por un mensaje universal que quedó en el aire bendiciéndolo todo: El perdón me libera y me habilita para la vida nueva.
Tiempo habrá de ofrecer información pormenorizada, literaria y gráfica, incluso audiovisual -tanto del Escorial como de la segunda fase, con casi 400 personas en el Círculo de Bellas Artes, ocupando cinco salas simultáneamente, con talleres vivenciales y ponencias. Mención aparte merecen las clases magistrales de María Adela Palcos y de Graciela Figueroa en esa magnífica sala de columnas con ese sorprendente suelo flexible a prueba de saltos masivos.
Por ahora, que siga por aquí reverberando la alegría y la mirada puesta en Uruguay para el congreso de 2018. Hasta entonces y mientras sigue floreciendo todo lo sembrado, tenemos una cita el primer fin de semana de marzo de 2017 en Aluenda (Calatayud, Zaragoza) todos los titulados y certificados con Graciela Figueroa. Con los corazones listos para el reencuentro, abrimos los brazos mucho más allá de nuestras fronteras, felices de pensar en la posibilidad de volver a ver así de pronto a nuestros nuevos seres queridos en tantos idiomas y en un solo idioma.
Y por más encuentros y aventuras que se sucedan, el otoño de 2016 será, para siempre, el del X Congreso Internacional de Río Abierto en Madrid. Que siga la fiesta.
Lola Bastos
En Madrid, a 6 de diciembre de 2016