David Gallardo, alumno de 2º curso de la formación Río Abierto en Espai Delta – Río Abierto Catalunya, comparte el solito teórico que expuso con su grupo.
Por cultura, o por biología, me identifico más con lo masculino. O así parece que me toca. Pero en lo profundo también siento mucha feminidad. Aunque no estoy seguro que todo el mundo piense exactamente lo mismo sobre qué es masculino y qué es femenino. Lo debemos ser todo al mismo tiempo, ¿verdad?
Me pregunto qué modelos de masculinidad tengo a mi alcance. ¿Mi padre, como primer modelo, representa lo masculino? ¿Qué me pasa cuando descubro diversidad de modelos? ¿Con qué hombres me identifico? ¿Dónde están? ¿Y qué masculinidades se hacen presentes en Río Abierto? ¿Qué tipo de hombres nos encontramos aquí?
Este espacio de Río representa también para mí un poder compartir con hombres que nos movemos y hacemos proceso, que bailamos, que tocamos, que nos abrimos, nos exponemos y mostramos sensibilidad y vulnerabilidad. Que miramos hacia dentro, al mismo tiempo que procuramos cuidar también hacia afuera el grupo. O que hacemos lo que podemos entre grupos de mayorías femeninas. ¿Qué nos supone estar entre tantas mujeres y convivir entre esta sororidad femenina?
En mi primer curso de mi primer grupo, empezamos pocos hombres y pronto quedé solo yo. Estar únicamente con compañeras era de hecho para mí un entorno conocido, cómodo, pero también suponía un cierto peso de representar de alguna forma la masculinidad en las dinámicas. Y notaba mucho el cambio cuando había más presencia masculina si se incorporaba un compañero a repetir o recuperar un intensivo. Ingresar en un nuevo grupo supuso la aparición otra vez de la presencia masculina en nuevos compañeros. Pero con la reducción también de este grupo, somos pocos.
Este hecho de la poca presencia o relación con hombres habla de mi historia: de hijo único, del poco entorno social durante la infancia, de un padre de modelo distante y autoritario, un niño que no conectaba con el fútbol alma de la masculinidad que ocupaba cada día el patio de la escuela, un niño que se alejó de un amigo por las valoraciones de padre y compañeros que si aquel amigo era demasiado afeminado o algo por el estilo…, un hombre en definitiva acostumbrado a relacionarse con mujeres.
¿Por qué me resulta relevante observar todo esto? Porque tanto puedo sentirme atraído por compartir con algunos hombres, como me siento confrontado en el trabajo, e identifico cierto miedo o protección que me lleva incluso a evitarlo.
El curso pasado me ofrecí espacio para explorar qué me pasaba con los hombres. Y fue bueno para mí poder normalizar el hombre gracias a los círculos de hombres que encontré en Barcelona. No solo de expresión de palabra, sino especialmente los círculos XY en movimiento (Paco Salazar). Y sanador fue también la práctica de yoga nudista en grupos de hombres (Ivan Dominguez-Azdar). En estos espacios recibía un mensaje claro de la necesidad que el hombre tiene de resignificarse.
¿Qué espejo me hacen estos hombres, y aquí en Río Abierto los compañeros de grupo, y los formadores hombres? Armando, Pedro, Mariano… Actitudes y cualidades que me llegan de su hacer y a partir de las cuales hago algún tipo de modelaje que siento importante. Siento que con ellos me impregno de fuerza, de estructura, de sostenimiento, de escucha, de silencio, de capacidad de mirada, de sensibilidad… No tiene porqué ser de hombres estas cualidades, pero alguna cosa especial percibida en ellos vibra en mí.
Teorías de la masculinidad
Para dar un poco de contexto al particular que vivo en la identidad de hombre, he tomado como referencias los libros «Hombres justos» de Ivan Jablonka y «La voluntad de cambiar» de Bell Hooks. Uno escrito por un hombre, el otro por una mujer.
El modelo de macho tradicional patriarcal ha caducado? Con esto nos referimos al modelo de mandar y ser servido. De dominar a mujeres y a hombres. Basado en la jerarquía. Que disfruta de privilegios de género. Definido por la fuerza, la agresividad, el poder, la dureza, también la soledad (menos relacional) y la poca expresividad. Es una masculinidad de dominación, viril y con complejo de superioridad. Es la masculinidad de la ostentación, de la exhibición del vigor, del coraje, del desafío, del orgullo, de sacar pecho; también del deseo, de la conquista, de la posesión, de la penetración. No parece tener espacio para atender la incomodidad de sentimientos o miedos internos. Se ve que en las masculinidades de dominación también se puede incluir una masculinidad de sacrificio, de abnegación, de anulación voluntaria por una causa, por fidelidad a cierta trascendencia: el héroe o el mártir. Y hasta incluso una masculinidad de ambigüedad, capaz de incorporar el femenino, el hombre sensible, o bien que juega con el femenino desde la seducción y, por lo tanto, siguiendo de algún modo aún con el patrón de dominación.
Las masculinidades de dominación creen representar la universalidad de lo masculino. Y apuntan a distinguir los verdaderos hombres de los otros: cobardes, gallinas, miedosos, pusilánimes y otras niñas. Por lo tanto, el triunfo de las masculinidades de dominación rebajan lo femenino. Y esto explicaría el desprecio durante tiempo entre hombres por profesiones como la educación -a la que me dedico- o los cuidados a la persona -que asumo como padre-.
¿Qué arrastramos de estos modelos de hombre patriarcal y de una masculinización general de la sociedad que sigue este patrón de macho dominante? ¿Hay situaciones en las que saco partido de mi condición de hombre, hasta incluso sin quererlo, hasta incluso sin saberlo? ¿Cómo pesan estos roles o estos privilegios de género en el hombre de hoy?
Las prerrogativas masculinas históricas incluirían la libertad de acción y pensamiento, el acceso al saber y a la palabra, la liturgia del sagrado, los oficios relativos a la guerra, así como el derecho a decidir por los dos sexos.
Se ve que esta masculinidad de dominación prevalece ya en el décimo milenio antes de nuestra era, con lo que se conoce como la neolitización. El desarrollo agrícola trajo a sistemas patrilineales, de padre a hijo, de primogenitura masculina, de residencia patrilocal. Y también a la desunión de los destinos sociales de los sexos.
Pero parece que antes veníamos más de la “civilización de la diosa”, de sociedades matrilineales e igualitarias fundadas en la paz y el respeto por la vida. Y que éstas fueron destruidas por los invasores de la cultura de la guerra y la violencia: el conquistador, el rey sacerdote hombre, el patriarcado de Estado. Desde entonces los hombres se han ido apropiando de objetos y espacios de poder: herramientas, armas, el caballo, el carro, las tierras… Y el espacio público.
El patriarcado ha interpretado los cuerpos, especialmente asignando a cada sexo su destino, y muy especialmente asignando a la mujer una función, la función-mujer, la función sexual, la función-madre: cuerpo, procreación y hogar; dar placer, fabricar hijos y criarlos. Parece que, desprovistos del poder de crear hijos, los hombres del patriarcado se han reservado todos los otros poderes, incluso el de controlar el cuerpo de la mujer y la sexualidad femenina.
Se establecería aquí la distribución intangible de las cualidades como eternas dualidades o polaridades: los hombres hacen las leyes, las mujeres las costumbres; el hombre gobierna el Estado, la mujer el hogar; el hombre reina por las armas, la mujer por el amor; él entrega su sangre a la patria y ella ofrece sus hijos; uno está cortado por la rudeza y la otra llena de gracia; uno es individualista, la otra relacional…
Diferenciándonos así, nos han secuestrado toda una lista de cualidades a unos por ser hombres y otros por ser mujeres. ¿Se nos ha privado a los hombres de las cualidades asignadas a la feminidad? ¿Echamos de menos estas cualidades en nuestros padres hombres? Aquí podríamos hablar del padre ausente, no empático, sensible, tierno…
Bien, esto no deja de ser un esquema teórico de estereotipos de género. Porque bien conocemos la inversión de roles: mujeres que acosan, que actúan de macho dominante… Todo son personajes…
La masculinidad se aprende. ¿Dónde la aprendemos? La iniciación viene con la figura paterna y se focaliza en los cuerpos. Y después viene el contexto colectivo y público, y los códigos de género que se transmiten a los jóvenes. Y todos estos automatismos moldean cuerpo y espíritu.
¿Qué significa ser hombre hoy? ¿Qué es para nosotros ser un buen padre, compañero, colega, amante, dirigente, ciudadano? Estamos cambiando, estamos abandonando roles que nos han hecho asumir, estamos inventando masculinidades, refundando el masculino, resignificándolo, sanando el complejo de superioridad. Y esto es clave en justicia de género: es un nuevo proyecto de sociedad, basado en el respeto y en la calidad de las relaciones sociales.
Me pregunto si pasar por Río Abierto ayuda como una acción subversiva más hacia este cambio de modelo. Hombres que bailan, que se mueven, que se miran dentro, que ganan en conciencia…
Ahora bien, disfrutando, parecería, de una mirada más liberada, ¿ser hombre realmente es ser tan distinto? Las sociedades reconocen el binarismo macho-hembra, aunque biológicamente las diferencias son escasas. Compartimos una misma organización fisiológica: esqueleto, extremidades, órganos, circulación sanguínea, respiración, digestión, excreción, envejecimiento, percepción, razón, emociones, inteligencia, necesidades fisiológicas, afectivas y sociales… Son muchas más las semejanzas que las diferencias.
Parecería que todo lo explicado con anterioridad marcando la diferencia hombre-mujer serviría de bien poco, pues. Pero los cuerpos los diferenciamos de hecho en el orden sexual. Y aquí creamos el género: un código de conducta asignado a cada sexo. Por lo tanto, el género interpreta e hipertrofia el sexo. Las sociedades gastan mucha energía disociando los sexos y las culturas femenina y masculina, con actitudes, normas y obligaciones distintas.
Y no es tan fácil escapar a nuestro género. Yo no me siento libre de ir con falda al trabajo, por ejemplo. ¿Dónde están los espacios de libertad? Aquí en Río también nos pasan cosas: por ejemplo en las prácticas de masaje a menudo se hacen evidentes ciertas prudencias en el trabajo entre hombre y mujer, por los cargas que llevamos.
Ojalá podamos ir suavizando, aflojando, integrando y sanando. Los movimientos de hombres evolucionantes, de hombres feministas o el feminismo que integra lo masculino y restaura la confianza, así lo auguran. Aunque las masculinidades de dominación acusan de traición al propio sexo, la mirada se va ampliando y el patriarcado parece agrietarse en favor de las masculinidades de no dominación, de respeto y de igualdad. Es así como podremos valorar con una mirada limpia qué aporta lo masculino: nuevos compañeros, nuevos padres.
David Gallardo Capsada