Vivencias con la muerte. Por Dolors Soriano
Intentando estar presente y en escucha, mantengo mi vocación de servicio (Ser-vicio, vicio de Ser), sin estructura. Desde ese lugar, me han pedido y quiero hablaros de mis propias vivencias en relación con la muerte y de las que he recogido directamente de familiares y amigos que las han vivido en primera persona.
Empezaré por los aprendizajes a los que me han acercado.
  • El primero es que no hay que tenerle miedo a la muerte. Después de morir, de dejar este cuerpo, uno se siente vivo, en Paz y en la Luz, en otra dimensión de bienestar indescriptible.
  • El segundo es que hay que acompañar a la persona y, en lo posible, ayudarla a que sea consciente de su proceso de acercamiento a la muerte. Eso puede concretarse en tomas de decisiones materiales, papeleos, irse desapegando y despidiendo de personas o cosas y en estar más perceptivos a sus propios sentimientos y a la energía sutil que perciben. Poder expresar y compartir esos momentos aporta bienestar al que se va a ir y a las personas que se quedan.
  • El tercero es que quien va a morir lo va hacer a su manera, cuando lo decida, como lo decida y va a estar con las personas que elija. Es su elección, no podemos hacer nada para modificarla y nunca es nuestra culpa. En muchas ocasiones sienten la proximidad de la muerte. Recordarles que han hecho las cosas lo mejor que han sabido en cada momento les puede ayudar a desculpabilizarse.
Podemos acompañar desde el Amor que somos y animar a esas personas a hablar de sus sentimientos y sus deseos con respecto a la muerte. Como en cualquier otra circunstancia, no dejarles hablar o negar lo que sienten o ven, hace que callen y se aíslen, con el dolor añadido que eso supone.
Voy a compartir algunas de mis experiencias, que se iniciaron en mi niñez, cuando corría y jugaba con mis primos alrededor del lecho de muerte de mis abuelos y vecinos. Nunca se nos apartó de ese fenómeno normal que era morirse, velar al difunto y enterrarlo.
Cuando tenía 17 años, entré una mañana a ducharme. Al cabo de un ratito me apoyé en la pared… y estuve en coma unas horas, por una intoxicación por estufa de petróleo. Sin conciencia de tiempo, veía mi cuerpo y a una cierta altura una especie de fotocopia gruesa, de una luz blanca impresionante. Sentía una paz que no hay palabras para describir y pensaba: “ yo estoy viva pero si sigo sin poder mover ni una pestaña, creerán que estoy muerta y me enterrarán”. Ese pensamiento habría sido aterrador en otra circunstancia, en ese momento la paz era tal que no me alteraba, de hecho era un sentimiento de estar viva cuando ya estaba fuera de mi cuerpo físico. Muchos años después una amiga me explicó que esa fotocopia luminosa era mi cuerpo de luz, que siguió unido al cuerpo físico por el cordón de plata. Esa vivencia, una experiencia cercana a la muerte, me ha acompañado toda la vida y me enseñó a no temer la muerte, porqué el más allá es un estado ideal de Luz y de Paz.
Unas horas antes de su muerte, mi padre se puso inquieto, veía a muchas personas en la habitación que venían a buscarlo y lo tranquilizamos. En un momento dijo ”hasta aquí hemos llegado” y yo le contesté “ahora sigue adelante tú solo, porque nosotros no podemos acompañarte, cuando sea nuestra hora ya iremos”. Siguió respirando a la espera de uno de mis hermanos, que venía de fuera. En cuanto llegó y le dio un beso, expiró.
Una gran amiga fue diagnosticada de cáncer 3 meses antes de morir. Ese día le dije que había llegado el momento de arreglar los papeles que quisiera arreglar, y que la acompañaríamos en el camino que tenía por delante. Pudo casarse 4 días antes de morir. Celebramos la boda con toda la alegría y festejo que se merecía. En sus últimos momentos y mientras moría, su madre se tendió en la cama y acariciándola le decía que estuviera tranquila, que se fuera tranquila, que todo estaba bien, que ella cuidaría de sus hijos y de su recién marido.
Uno de mis tíos estaba en el hospital por una intervención quirúrgica. Al día siguiente le daban el alta. Esa tarde se sintió inquieto y con miedo y pidió que no le dejaran solo, que alguien le acompañara esa noche. De madrugada, se levantó para ir al baño y cayó desplomado, muerto, ante los ojos atónitos de su hijo.
Mi madre tuvo una demencia que la desconectó de este mundo y le permitió ser la niña que no había podido ser en su infancia. Vivió hasta que pude hacer un trabajo de reconciliación con ella. Lo supo cuando le dije que le había escrito una carta, era una carta de agradecimiento que me tocó hacer en un taller. No quiso que se la leyera, “ya sé lo que dice”, me comentó.
A partir de ahí empezó a tener momentos de conexión con una lucidez especial, que yo aprovechaba para indagar. Una tarde me dijo que la había venido a buscar su madre y yo le pregunté si quería irse, “No!! le he pedido que me deje una semana más”. A la semana vinieron a buscarla su madre y su padre y, a la misma pregunta, me respondió que sí, que ahora se iba a ir, y se fue. Esos últimos días vio a mucha gente que la venía buscar, los vivió con alegría, despidiéndose de todos sus compañeros de residencia a los que decía que se iba de vacaciones. “Ahora se nos llevan a muchos, pero dentro de un tiempo nos vuelven a traer, y mi hermano A. viene detrás mío”.
Mi madre no sabía que estaba enfermo. Su hermano A. murió 3 semanas después. Le iniciaron una sedación profunda un día 1 y él susurraba 4,12. Ese día 4, a las 12 del mediodía dejó definitivamente de respirar.
Uno de mis primos, en su última noche, le preguntó a su mujer “ ¿por dónde entra esa luz?” Ella, sabiendo de qué le hablaba, le contestó “por esa ventana, ¿por qué?”, “ porque tengo que irme por donde viene esa luz”. Y al cabo de unas horas se fue, siguiendo su luz, ¡sin duda!
Tenía un familiar que siempre había manifestado su curiosidad por saber cómo se vivía el traspaso a la otra vida. Evidentemente le habíamos pedido que nos lo explicara cuando fuera su turno. El día que se le dijo que su enfermedad le estaba acercando al fin de su vida, expresó su deseo de irse pronto y rápido. Al día siguiente les explicó a mis hijos que estaba entrando y saliendo de su cuerpo, dando vueltas por el hospital, practicando para cuando saliera definitivamente. Al cabo de una hora, mientras comía, hizo un paro y murió. Cuando rápidamente llegó el personal sanitario, no sólo constató su muerte sino también la de su vecino, que murió al mismo tiempo, ¡se fueron juntos!
La madre de una compañera, ingresada en el hospital, pidió que todos sus hijos fueran a verla la mañana siguiente. Iba preguntando si ya estaban todos. Cuando le dijeron que sí, que ya estaban todos, les dijo “pues ya me puedo ir” y dejando de respirar, ¡se fue!
Uno de mis amigos pidió morir en su casa y unos vecinos se llevaron a su perrita para cuidarla. Le acompañamos toda la noche con su música preferida. En el único momento en que se nos cerraron los ojos a las personas que estábamos allí, murió. A esa misma hora, su perrita empezó a ladrar y a dar vueltas, inquieta, en casa de sus amigos.
Mi hermano esperó a que me jubilara para que pudiera acompañarle en el proceso de diagnóstico y tratamiento de un cáncer. Jubilada, tenía todo el tiempo para estar a su lado y hablar de los numerosos temas que iban apareciendo. Nunca habíamos sido tan hermanos, por nuestra diferencia de edad. El día antes de morir nos dijo a su mujer y a mí “hoy estoy hiperpositivo, hoy haría mil cosas, os quiero a mi lado todo el día”. Nos regaló un día de alegría y felicidad y por la noche se durmió para siempre. Murió a la hora que tenía cita en el hospital para anunciarle que era el fin, yo se lo había anticipado y no quiso que se lo dijeran de nuevo.
La última persona a la que he acompañado en el tránsito, hace muy poco tiempo, era un buen amigo. El último año había hecho un gran trabajo personal y había sanado diversas situaciones que le hacían sentirse bien. Tenía claro que sanar no es igual a curar y agradecía todo lo que había solventado. Llegué un mediodía, cuando el médico le planteaba que no podía ofrecerle más tratamientos. Me preguntó si podría hacer algo más y le contesté que no había ninguna otra opción, que estaba llegando al final de su vida. No era consciente de eso, pensaba que quizás tenía todavía unos meses por delante. ”Y, ahora que lo sabes, ¿quieres vivir así un mes?”, pregunté. “No, quiero irme rápido”, respondió. Seguí “tú decides cuándo. Puedes empezar a prepararte”. Le resumí lo que conozco, que te vienen a buscar, que sales del cuerpo, que sigues tu luz, que tienes que estar tranquilo porque lo has hecho lo mejor que has sabido… Expresó el problema de cómo decírselo a su familia y le aclaré que a su familia ya se lo había dicho yo. Cuando llegó su familia, sonriente les dijo que estaba bien, muy agradecido a lo vivido con ellos, cuánto los amaba, que se cuidaran…. al cabo de una hora se durmió, sin sedación, y no volvió a despertarse.
Entiendo la muerte física como un nuevo nacimiento a otra dimensión, después de completar el espacio-tiempo finito que supone la vida terrenal, que viene precedida de la vida en un mundo fetal absolutamente distinto y también olvidado.
En el trabajo de Río Abierto sobre el nacimiento, me impresionó la vivencia de que la Luz entraba y salía del útero de mi madre hasta que decidía quedarse fija y de que la luz me marcaba el camino de salida para nacer a este mundo. Esa misma luz me ha guiado, y la he seguido, en momentos importantes de mi vida. Ésa es la luz que soy, la luz que somos, en movimiento continuo.
Gracias
Dolors